Tengo las manos manchadas de sangre. La sangre de un soñador, de un visionario, quizás. Que supo, al igual que yo, gobernar este cuerpo, desordenar estos pensamientos y potenciar algunas emociones. Pero hoy lo encontré allí tirado, casi sin vida, agonizando. Rápidamente fui a limpiar sus heridas con lo que tenía a mano, pero de repente me di cuenta que fui yo su victimario, que fui yo quien lo dejo en ese estado impotente ante la vida, suplicándome piedad. Y es que en realidad no sé si me conviene que sea libre, y que lleno de vida coloree todos estos campos. Estoy confundido, se que a veces me dejo llevar, pero no puedo dejar morir a un hombre que forma parte de mi.
Por más rutinario y desalentador que parezca el presente, la voz de un soñador siempre es buena referencia
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