martes, 31 de enero de 2012

Al oído


Con cada palabra revivía su recuerdo, en cada silencio la sentía respirar a su lado. No le decía mucho, solamente quería escucharla. Que su voz dibujase en la penumbra su figura, y que se olvidara por un rato de que no la tenía. Que su risa distante le transportara a otro lugar, a otro momento, real, también, pero diferente. Que aquella mágica conexión lo llevase a la deriva, a un mundo en el que estuvieran juntos. Y así como si nada se dejo perder en la simpleza de la conversación, y su mente volaba, de aquí para allá, jugueteando con la de ella. Como si estuviesen juntos.

Se despidieron, colgó, y apago la luz.
Volvió a la realidad, y no la vio a su lado, y no la escucho en el silencio. Bajó la mirada, y se perdió entre la penumbra de sus recuerdos.

viernes, 27 de enero de 2012

Vinténes


El sol del mediodía estaba pegando fuerte, en el balneario. Entro en el almacén una mujer, joven, flaca, alta, encorvada. Tenia el pelo como una escoba, ojeras de sueño y una extraña mirada, profunda, que desentonaba con el resto de su imagen. No dijo nada y se dedico a mirar las bebidas de la heladera, ante la atenta mirada del joven que atendía el mercadito. Saco de su arapienta camisa un puñado de monedas, que contó reiteradas veces. Busco entre los casi descocidos bolsillos del pantalón hasta encontrar un par mas, que añadió al monton inicial.  Saco una botella, bien fría. Giro para dirigirse a la caja y se encontró que desde la caja el muchacho la miraba casi que con cariño. Sintiéndose descubierto, se ruborizo y esbozo una sonrisa que ella correspondió. Apoyo la botella en el mostrador y dejo todas las monedas a su lado. El, con una mirada de complicidad, separo un par de monedas del monton, y le sonrió otra vez
Me estas cobrando mal – le dijo, esta vez sin corresponder a la sonrisa
No, no, asi esta bien – contesto el almacenero, insistente.
Ella se incorporo, frunció el ceño y olvidando la amabilidad contesto tajantemente:
No, me estas cobrando mal.
Y agarrando la botella, se fue dejando a  todas las monedas y a una mirada extrañada, perdidas en silencio de la tarde calurosa

lunes, 16 de enero de 2012

El novelista


El novelista está sentado en un bar, como acostumbra. Se pide un trago fuerte, para ir desinhibiendo las pasiones. De fondo se desangra una guitarra llorando un blues añejo, un par de viejos se conversan en la barra, un cartel mugriento pide que no se fume, y dos amantes se esquivan las miradas, varias mesas más atrás.
Apagado y frio, el bar se va convirtiendo en la escena principal de su novela, y casi sin quererlo los personajes van entrando en juego.
Los viejos hablan de amores perdidos, fantasea el novelista en sus escritos, mientras en un abrazo se estrechan los señores, agradeciéndose la compañía, y mirando al techo se sumergen en recuerdos.
Pero el novelista no se da cuenta, todavía. Su corazón herido y borracho se limita a derretir penas en el papel, a llorar sentimientos sobre esa historia, a pedirle explicaciones a sus propias ideas. Imagina un bar en silencio, donde el único sonido sea el chocar de los vasos contra la mesa. Levemente el volumen del blues va bajando, hasta callarse, como si estuviese atendiendo a lo que estaría por pasar. Los amantes se miran, por primera vez. El novelista escribe palabras de arrepentimiento.
Perdón, se que estuve mal – dice el hombre, a punto de quebrarse.
La mujer, y su respectivo personaje quedan en silencio. Cada una con su amante, comparten la historia, y el novelista quiere que compartan el destino, su destino.
Una de las mujeres grita, enojadísima, reprocha y reprocha cosas. El hombre se limita a pedir perdón una y otra vez, llorando. Ella también se quiebra, de rabia, toma un cuchillo y se lo clava en el pecho. Nadie en el bar mueve un pelo. Llorando, la mujer se va. El novelista se siente culpable, los ojos le quedan vidriosos.
Lentamente levanta la vista del papel, y ante su mirada atónita, los amantes se están comiendo en un beso dulce y pasional.
El lápiz cae al suelo, la novela termina.
Las historias con distintos personajes, nunca terminan igual.