miércoles, 28 de septiembre de 2011

Cerrado por balance


Ser feliz. Qué cosa que parece tan de frase armada cuando salta en una conversación. Como si fuera algo a lo que todos ciegamente accedemos por una convención social, por que otros ya lo han pensado antes y tiene sentido. Y lo es, y lo tiene. Pero conviene mucho darle un pienso antes de agarrar un rumbo fijo, o dejarse llevar por el carpe diem.
Cuando uno se da cuenta vagamente de lo que es en el mundo, de todo lo que le queda por recorrer, uno no sabe bien qué es lo que quiere, ni que sea lo que le hace bien. En un principio solía dejarme llevar mucho por las opiniones, por el que dirán, y cuando me creía tan cerca, tan igual a todos, resbalaba, como queriendo, y algo me decía que no, que por ahí no iba. Elegí entonces entre otros caminos, que quizá no sean tan independientes, y sean mezclas de otros que supe ver y admirar, pero poco a poco fui transitando por lugares que me gustaban, y me empecé a sentir diferente, me empecé a sentir yo mismo. Más de una vez me sentí desorientado, perdido, y resignado a regresar, pero de repente alguien me demostró que vivir así es la mejor forma de vivir y recién entonces, comencé a ver, tenue y borroso, lo que significa para mí ser feliz.
No por eso deje de ser un pendejo de 18 años sin claridad en su futuro, pero tengo la certeza de ir por un camino que será, o no, el indicado, pero me gusta, me siento igual, diferente, y a gusto, y la felicidad, esta al caer

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Mi logica de lo inentendible


Nadie  llega a comprender la realidad en su totalidad, es un todo demasiado amplio y complejo para dominarlo. Pero si transitarla es una obligación, más vale hacer el intento. Entonces uno comienza, bloquecito a bloquecito a construir su propia versión, su propia lógica, su propia realidad.
Día tras día corre una brisa, que hace temblar la torre, los bloques en sí mismos también se mueven, pues están hechos de otros bloques, de otras torres, de otras realidades. Hasta que llega el punto en que cae uno, dos, diez, casi todos.
Y uno vuelve a estar perdido, desorientado, pidiendo explicaciones ante tal falta a la lógica normal que traía esa torre, y cierra los ojos,  para no ver más, y guarda sus alas, para dejar de recorrer el mundo, al menos por un tiempo.
Pero es encerrado en ese doloroso afán de querer retroceder, las cosas a lo que eran, que uno siente una mano, que le palmea la espalda, otra que le seca las lagrimas, y otras tantas, que juntan los bloques y levantan la torre, otra vez desde cero, rodeándola para que nada la golpee,  hasta que esté fuerte, para volver a salvaguardarlo solo, como antes,  pero esta vez, con las bases más firmes, y a prueba de mas golpes.

Nota: Antes de escribir, me saqué el sombrero.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Diarios del estudiante


Recomendable leer escuchando

Para una cierta fracción de la población existe, en la vida, un gran punto de inflexión. Lo sé| porque me toco. Dejar toda la infancia atrás, y con tu mejor cara de tipo serio encarar otra ciudad, otra realidad, otra vida. Vida nueva, sin los mas granes pilares de lo que venia siendo la realidad, sin la familia, sin los amigos, sin la armonía vieja y querida que nos acompaña desde la niñez, y es un vacio que queda en el pecho que no se llena con nada. Cuando mas duelen los días, cuanto más frías son las noches, ese vacío crece y se convierte en un nudo en la garganta.
Solía salir del liceo y pasar por tres cruces, a esperar el interdepartamental a solymar. Pasaban siempre los grandes ómnibus, los grosos, los que bancan muchos kilómetros, los que van lejos, tan lejos que llegan a casa. Más de una vez me fui con los ojos vidriosos a la nueva casa, tratando de entender este nuevo mundo.
Cada tanto el sol salía más brillante, y me guiñaba el ojo desde el horizonte. Ese inter no me traería devuelta hasta el domingo. Las clases volaban, no prestaba atención a nada más que el reloj. Hasta pedía salir 5 minutos antes para quedarme ahí, en el andén, más temprano, esperándolo llegar. Ese sí que me bancaba, doblaba por la esquina de la parada, y otros yo me miraban desde ahí, con los ojos tristes, y ya me sentía en casa. Llegaba de noche, y todo parecía tan igual, como si el tiempo no hubiera pasado. Pero si, no era lo mismo. Avanzado en el tiempo el pueblo ya no me conocía, y yo no lo conocía a él. Y otra vez no me sentía en casa. Hasta que de a poco, se empezaba a extrañar esa casucha en la costa de oro, el inter, la mañana, la soledad, y hasta la vida que tanto odiaba.