jueves, 3 de mayo de 2012

Reversible


¿Que se podría decir de el? Un hombre feliz, de sonrisa fácil. No había sola vez en que se lo viese preocupado, molesto o estresado. Sobresalía del resto, se notaba su presencia en cualquier lugar, mirando siempre adelante, sacándole pecho a la vida y dejando a su paso, un perfume que olia a colores.

Tenia un reloj, que consultaba bastante seguido. Tenia una manecilla sola, y un pequeño cuadro con un número. Contaba las horas, desde su nacimiento. Una tenue campanita indicaba cada vuelta de reloj. Y con un leve movimiento, consultaba el tiempo, una más, decía, y renovaba la sonrisa que vestía su rostro, respiraba aliviado, y seguía con su día.

Recibió un día una cita urgente, una dirección marcada en una tarjeta era toda la información disponible. Lo meditó unos minutos y se decidió a ir. Al llegar a la dirección indicada, una puerta blanca tenia un cartel con su nombre, y le pedía que por favor pasara. Al entrar, encontró un decorado gris, un ambiente sombrío y un piso frió, que alojaban a un espejo. Al mirarse en el, encontró a un hombre pálido y funesto, que lo miraba con unos ojos que creyó, por un segundo, eran suyos. Pensó en como seria la vida de ese hombre, sereno, tranquilo, solo con sus pensamientos, sin tener la presión de ser el alma de todo lugar al que fuese. Lo envidió. Esbozo una sonrisa, pero aquellos ojos le devolvieron una mueca de tristeza. El reloj dio una vuelta en reverso, pero el nunca se entero. Se vio a si mismo hundido  en la oscuridad de aquel cuarto, todo culpa de aquellos ojos. Odió a aquel hombre, se dio media vuelta y se fue.

-o-

¿Que se podría decir de el? Un tipo amargado, estresado. Le costaba ver la mitad llena del vaso. Tenia la cara cansada, la mirada caída y el caminar encorvado. Era casi intrasendente, su presencia solía no ser del todo recordada. Su voz, árida, seca, sembraba sed en los escuchas, que solían no ser muchos.

Tenia un reloj, que consultaba bastante seguido. Tenia una manecilla sola, y un pequeño cuadro con un número. Contaba las horas, para su fallecimiento. Una tenue campanita indicaba cada vuelta de reloj. Y con un leve movimiento, consultaba el tiempo, una menos, decía, bajaba la mirada, y seguía con su día.

Recibió un día una cita urgente, una dirección marcada en una tarjeta era toda la información disponible. Lo meditó unos minutos y se decidió a ir. Al llegar a la dirección indicada, una puerta blanca tenia un cartel con su nombre, y le pedía que por favor pasara. Al entrar, encontró un decorado colorido, un ambiente vivido y alegre y un piso de lo que parecía ser pasto, que alojaban a un espejo. Al mirarse en el, encontró a un hombre bronceado y alegre, que lo miraba con unos ojos que creyó, por un segundo, eran suyos. Pensó en como seria la vida de ese hombre, algarabía por todos lados, celebraciones, saludos por la calle, sin la presión de los peligros que rondan el día. Lo envidió. Esbozo una sonrisa, pero aquellos ojos le devolvieron una carcajada. El reloj, dio una vuelta en reverso, pero el nunca se enteró. Se vio a si mismo hundido en la vivacidad de aquel cuarto, todo culpa de aquellos ojos. Odió a aquel hombre, se dio media vuelta y se fue.