jueves, 30 de agosto de 2012

Y punto.


Para una queridisima amiga de años, Lucia, que se niega a entender, que un amor no cura un corazón roto.


Los inundo la ilusión después del tercer café que compartieron juntos. Sus memorias de pareja siempre fueron los temas de conversación predilectos. Se miraban y en sus ojos se veían, como fueron años atrás. Con la misma alegría, el mismo ímpetu, los mismos sueños de estudiantes romanceros.

Se dejaron llevar por la corriente del enamoramiento, sin pensarlo, sin dudarlo, a sabiendas de que antes los había ahogado la falta de experiencia. Ahora sabían nadar. Y les iba bien.

Las sonrisas eran las mismas, los paseos de la mano eran los mismos, los secretos de las sabanas eran los mismos, pero al poco tiempo descubrieron que los corazones no eran los mismos, y que algunas historias son hermosas a pesar de no tener un final feliz.

Compartieron una sonrisa cómplice, y no fueron necesarias las palabras. Le dio un beso en la mejilla, antes de irse, y ella se permitió derramar una lágrima, antes de trancar la puerta.

Sentada en la cama, con el vestido que alguna vez se compró para el, comprendió. Y en el reverso del cuaderno de clase, rebosante de apuntes y textos de medicina, escribió su primer diagnóstico:
              
                       “Nunca fue amor”