Desperté en un bote, mareado, mojado apenas por la tímida
lluvia que caía casi pidiéndome perdón. El rio no tenia márgenes conocidos,
apenas una línea negra en el horizonte esbozaba ser algo parecido a tierra,
pero no íbamos en esa dirección. Me incorpore para descubrir que no estaba solo.
Una mujer estaba conmigo. Joven, muy hermosa, tenía en los ojos la mirada
perdida, como si viese las costas aledañas y pudiese en ellas ver mi destino.
El de ella, de seguro, no era el mismo que el mío. Compartíamos embarcación,
pero nada más. Era una diosa, se podría decir, pero no, sin dudas no era la mía.
El solo hecho de pensar en esta idea me trajo a la mente algún recuerdo de la
noche anterior. Cuando todo era euforia, cuando caminaba en tierra firme,
cuando la dicha me llenaba el cuerpo, cuando todavía podía verla. Ahora el
vacio en el pecho, la gota detrás del ojo y el temblor en las manos eran mi
todo.
Quise hablar con la mujer, le pregunte cosas. Me conto que
estaba ahí para mí, pero no para darme respuestas, que si las tuviese, no valdría
la pena llegar a la orilla. Que su tarea era hacerme reaccionar, encontrar mi
camino, dirigir la barca. No sabía de qué hablaba. Me recosté para pensar un
poco, mientras la lluvia me limpiaba la cara. Pensaba en un montón de cosas,
susurraba otras tantas y no decía ninguna, estaba dentro de mi mundo. Hasta que
ella me saco. Suspiro, y al voltear la cabeza comprendí. Ella también estaba
dolida, y yo estaba ahí para ella, así como ella estaba ahí para mí.
Hablamos mucho rato, preguntándonos cosas que no podíamos respondernos.
La lluvia, a su vez, jugaba a mojarnos, y a escampar. Pero siempre tenue,
dulce, sobrecogedora. No creo haber llegado a un punto en el que me molestase.
Y es que no era lluvia. Eran penas que caían. Desahogando las almas de los
navegantes. Me ofreció un abrazo, esta muchacha. Acepte y para nuestra
sorpresa, paro de llover.
Fue entonces cuando en ella vi reflejada a quien yo buscaba.
Aclaró mis ideas y aunque no estaba seguro, comprendí que debería hacer. Todo empezó a tener
sentido. El bote estaba a la deriva porque
teníamos caminos distintos. Se lo explique y dejándole la embarcación, me
arroje al agua. Agradeció la diosa, que marcho hacia la fina línea de arbustos.
Yo me había dado cuenta que no pertenecía ahí. A veces para
viajar, la compañía abruma. Mi lugar estaba en el agua, flotando. Esperando. Creí
verla, ahora sí, a ella en su propio bote. Me paso por el costado, sin verme. Solo
le vi la espalda, quizás era solo una ilusión, pero me gustaba creer que la veía.
Prendí una bengala, para que me viese, si en algún momento miraba atrás. Ojala
no se me apague, no se le ha dado por voltear la cabeza
Notas al pie:
(1) Sé que dije que no era mi intención poner nada personal. Oops...
(2) Respecto a (1), era esto o salir corriendo por la calle insultando a tranquilos paseantes.
(3) los hice contar hasta 3, que travieso soy
Lo abrí tres veces y recién me digné a leerlo la tercera... Me alegro de que hayas encontrado tu camino, a veces cuesta sí. Ahora aprovechá y disfrutá del agua, todo tiene su momento... Saludos!
ResponderEliminarAlejandra Pizarnik tiene un poema que se llama "Estar" que por las dudas lo transcribo:
ResponderEliminarVigilas desde este cuarto
donde la sombra temible es la tuya.
No hay silencio aquí
sino frases que evitas oír.
Signos en los muros
narran la bella lejanía.
(Haz que no muera
sin volver a verte)
Espero que te guste como a mí tu texto (ya me había adelantado correctamente, una cuestión de brujería)
yo sigo con manara.
ResponderEliminarhay algo de hp y giuseppe bergman en tu texto.
ese misterio rodeado de cosas tan familiares.
buscar es el camino.
y coincido con ale.
abrazo
f
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