Abrió el editor de texto y comenzó a escribir. Nada en
particular, solo palabras que se le venían a la mente, una detrás de la otra,
una interminable coreografía de dedos que danzan sobre las teclas, tratando de seducir
la atención de la vista, que no se aparta de la pantalla. Una voz lee lo
escrito en su cabeza, cada vez de manera más apresurada, como si se fuese
quedando sin aire. Uf, un punto, un descanso al fin. Revisa la ortografía y corrige
con un simple click las palabras subrayadas en rojo. Decidió continuar, no muy
convencido de lo que venía haciendo. Extrañamente no pasaba nada por su cabeza,
era como si las palabras estuvieran allí, en algún lugar, y solo salían. Sin
decir nada, sin significar nada. Un psicólogo diría que sí, que quizá, que el inconsciente
tendría ganas de decir algo a través de la nada, que fíjate, que esto que lo
otro, que contame de tu infancia, tu papa te quiere? Pero la verdad, no estaba con ganas de
ahondar en ese pensamiento. Volvió al blanco mental mientras las palabras seguían
saliendo. Sin esfuerzo, casi. Como si se quitaran las ganas de hacer algo que hacía
meses (años quizá) no hacían, salir. Como si la cabeza fuese un globo lleno de
agua y el teclado el culpable del pinchazo que lo desagota de a poco.
Otra pausa, más larga, cambio de párrafo. En el periodo de transición
mira el ventilador, es insuficientemente chico para el calor que hace. Mira la
ventana, la noche, sin brisa, con más calor aun. Pareciera que las palabras
dejaron de salir, como si la urgencia hubiese sido saciada y la velocidad del
escape ahora disminuye, hasta se da el lujo de parar por segundos. Titila el
posicionador del editor de texto, impaciente. Ya van a venir más palabras, tranquilo
mijo.
Enter, párrafo, nuevas palabras que salen, relacionadas si
con el párrafo anterior pero no tanto como para ser compatriotas, aunque quiza
si vecinas. Algún esbozo de que el texto
instantáneo cobra sentido lo desconcentra, no, no quiere eso, quiere volver a
escribir con la mente en blanco. Es como un medio de relajación cerebral por
medio de la escritura. No no no, se está metiendo con el análisis de la situación,
esas complejidades mentales están por fuera del ejercicio actual, fuera,
vuelvan al inconsciente donde bien las dejo encerradas Sigmund hace años. Shu
shu, juirabicho.
Visualiza ahora a Boceto, aquel personaje de Cartas Marcadas. Cómo será su físico, su
mente, ¿estará condenado a expresarse siempre de esa manera, por alguna especie
de maleficio, o lo hará de desinteresado nomas como si fuera una de esas
locuras de las grandes mentes de la humanidad? ¿Están siendo estas palabras un
intento de parecerse a un discurso de Boceto? ¿Está el mismo intentando
encarnar al ficticio personaje? Otra vez ideas estructuradas, mejor cambiar de párrafo
antes de que esto se vuelva otra vez un psicoanálisis de uno mismo.
Va a tener que terminar pronto, sin dudas, esto se está
extendiendo más de lo debido y donde debía haber nada ahora hay hilos de
pensamiento dispuestos a ser recorridos. Hoy no, el juego es otro. Se
desprenden las últimas palabras de cierre, tratando de ir pasando raya y
concluyendo aquellas primeras.
Párrafo final. Cierre. Corrige la ortografía, revisa una
vez, y otra vez, y ooootra vez el texto completo. Aborta cada vez que un
pensamiento –o al menos un intento de pensamiento – le acecha. Se rasca la
barbilla, guarda el documento y lo sube a internet. A ver qué piensan los demás.
Ah! Casi se olvida del punto final.
Listo