miércoles, 6 de junio de 2012

Ferroviaria


Ahh…Mauricio - Recuerda - siempre tan vivaz, tan alegre, tan lleno de vida. No había nadie en el pueblo al que le cayera mal. Todos lamentamos muchísimo su perdida, fue un día de mucho dolor, muchísima gente vino a hablarme sobre el, sobre como había influido en su vida. Él era muy especial, todo el mundo le conocía, de aquí o de allá, había compartido seguramente, alguna charla, algún mate, en algún momento. Su sola presencia tenia un aire de serenidad, nunca lo vi alterado por nada. Siempre me tomaba de la mano, y conversábamos del día, de esto u aquello, de nada y de todo. Lo amé, con todo lo que ello significa.

El rostro de Elida se va perdiendo en el infinito, junto con su voz. El silencio crece y yo acompaño, la dejo disfrutar del momento. Ella en la cara, un aire de felicidad, a pesar de toda la tristeza de su relato. Noto que se acomoda contra una esquina del sillón, y apoya su cabeza contra la ventana, como si en el recuerdo le diese lugar al recuerdo para que se acomode junto con ella. Elida mira para afuera, en silencio, en su cara se dibuja una sonrisa, con aire a pasado. De seguro ha de estar reviviendo sus memorias. Respira hondo, y sigue:

Si había algo que le apasionara, eran los trenes. Yo lo conocí ahí, sabias? En la línea 16, yo la tomaba los lunes, para ir a Montevideo, una vez por semana iba para entregar un informe a la cooperativa. El por su parte, viajaba mucho, casi todos los días, a veces por negocios, a veces por pasión. Era como su casa, pasaba muchas horas viajando. Coincidimos un día en el asiento. El tenia ventana, pero me la cedió, por que según decía, el pasillo era un asiento mas sociable, se podía conversar, sin embargo el que va en la ventana, se distrae mirando el paisaje. Así como se sentaba se ponía a conversar, cada persona tiene su historia, decía, y él había escuchado tantas, tantas, que su historia se convirtió en eso, él era un oyente, una enciclopedia. Su sapiencia crecía viaje a viaje, y cada vez que me lo encontraba, parecía más satisfecho de la vida. Tenía una capacidad increíble para aconsejar, parecía que pudiese prever el desenlace de cada historia, con una exactitud sobrehumana.

Claro que no era cosa de todos los días encontrarlo, era un tipo muy solicitado, sobretodo por los más jóvenes, muchas veces me subí al tren y alrededor suyo había 5 o 6 personas, y entonces me sentaba en el fondo, tranquila. Y sin que me diera cuenta, en el transcurso del viaje, se las arreglaba para dejarme una flor, un caramelo, o algún detalle sobre la falda, y yo sabía que estaba a mi lado. Al llegar a la estación siempre me venia a saludar, y yo no podía esconder la vergüenza. Elida ríe, mira hacia abajo como si esa vergüenza perdurara, muerde los labios y apreta su mano. Vuelve a reír y me ofrece té, y se marcha a la cocina.

En este tiempo he escuchado muchas historias sobre Mauricio. Todos en el pueblo parecen quererle. A todos parece haberles ayudado de una u otra forma, ya sea con consejos, ideas, gentilezas. Como si todos hubiesen aprendido mucho de él. Pero Elida, a diferencia del resto, cuenta sus memorias de una forma mucho más personal, cálida. Su voz armoniza con el silencio, y pareciera que cobran vida los recuerdos en ese sillón.

Vuelve con una bandeja cargando una tetera con dos tazas, y mientras me sirve me cuenta alguna historia sobre el té, y sus propiedades, y le sigo la corriente para distenderla un poco, no sé que tal le sienta hablar de su pérdida. Luego de un par de comentarios, y entre risas, me doy cuenta que no es la misma mujer que me estaba relatando historias hace unos minutos. Haciendo una pausa, le pregunto

-  Lo extrañás mucho, no? –

Ella se recuesta sobre su sillón, sonriente, aprieta su mano y me dice “El siempre encontró la forma de estar conmigo, y yo siempre quise estar con el”

El sol de la tarde, se cuela de a rayos por entre las rejas de la ventana,  y con la lentitud extrañada, mi mirada recorre, el sillón, donde ahora son dos, los que están sentados, sonrientes, como si no hubiese habido tiempo, ni nada, que los separase. Como si el amor que juntos se tenían, hubiese valido más que todo. Y aunque sé que ese momento no lo viví, fue real, la historia del hombre de las historias, de infinita sapiencia, como no supo haber otro, se paró y me dijo al oído, “vivirás cuanto dure, en desaparecer tu memoria”, cerré los ojos y para cuando los abrí, ya no estaba, sólo Elida inmutada en su sillón, con la sonrisa todavía dibujada en el rostro, la mano apretada, y una flor en la falda.